Los observadores de aves de Esquel, de cinco años a esta parte vienen descubriendo especies que no son propias de esta zona de transición entre los ecosistemas de estepa y bosque andino patagónico.
Patos cabeza negra, picazo y capuchino, calandrias tenca y jilgueros dorados arriban con la primavera en un fenómeno extraordinario, generado por las alteraciones que la vida humana impone en la biodiversidad del planeta. La práctica del turismo sustentable detecta estos cambios en la naturaleza y colabora en seguir protegiendo espacios turísticos para que la flora y fauna autóctona puedan establecerse y desarrollarse de manera silvestre y natural.
“Llegan desde hace unos años y cada vez se ven más”, advierte Luis Carrizo, guía de Turismo e integrante del club de Observadores de Aves de la región, quien subraya que no es ésta el área natural de distribución de estas especies. Para quienes gustan de admirar y registrar la flora y fauna con sus binoculares, máquinas fotográficas y de vídeo, la inusual aparición de estos animales suscita especial atención.
El ambiente de ecotono en el que está enclavado Esquel, se encuentra en un punto medio entre el verde intenso del húmedo bosque andino patagónico, unos 30 kilómetros hacia el oeste, y el horizonte insondable de la estepa, que se extiende como meseta árida descendiente hacia el Atlántico. Cerros y espejos de agua armonizan la convivencia entre estos ambientes tan opuestos y cercanos, dotando a la ciudad y sus alrededores, de una singular biodiversidad que es valorada por los amantes del ecoturismo.
Visitantes inesperados
El pato picazo, conocido como pato negro en Chile y cresta rosa en Paraguay, habitualmente arribaba a la estepa chubutense desde el norte argentino y el sur de Bolivia y Brasil, pero en el último tiempo se lo ha visto llegar hasta los ambientes acuáticos de Esquel. El macho de esta especie llama la atención por el rojo intenso de sus ojos y su pico, y su cuerpo negro al frente y en la cabeza, deviniendo en tonos grisáceos hacia la cola.
También desde hace unos años se avista en inmediaciones de Esquel al pato capuchino, común en el altiplano andino y el noreste argentino, reconocible por sus flancos negros y blancos, ligeramente amarronados, su curioso pico celeste y la franja negra que le tapa los ojos. De allí precisamente deviene su denominación, ya que su apariencia recuerda a los monjes capuchinos, con sus vestimentas que les cubren la cabeza.
“El pato cabeza negra no pasaba de Río Negro hacia el sur y ahora lo encontramos acá”, apunta Carrizo, refiriéndose a esta especie pequeña de pico gris, cuya cabeza es negra en los machos y marrón opaca en las hembras. Advierte que podría llegar a generar algún impacto negativo en el ambiente de ecotono, ya que se trata de un pájaro que pone sus huevos en los nidos de otras aves (otros patos, garzas, flamencos), quienes acaban encargándose de empollar y cuidar sus crías.
También menciona Carrizo al jilguero dorado y a las calandrias tenca como aves migratorias que han arribado al ecotono de Esquel en los últimos tiempos. “Eran exclusivas de Chile, pero han cruzado la Cordillera y se están distribuyendo en el borde oriental de los Andes”, indica sobre las calandrias tenca, precisando que de Neuquén a Trevelin hay registro de su paso.
Desafíos sustentables
Se estima que aquellas aves que solían migrar hacia la estepa, están sufriendo la sequía de muchas lagunas; lo que las empujaría hacia lugares con agua más cerca de la Cordillera. Explica Carrizo que la forma de comer de los patos es por filtración. Que tienen el pico aserrado y revuelven el fondo de las lagunas y comen los microorganismos que se filtran en el pico. “Por eso necesitan de lagunas bajas”, apunta, para argumentar que arriban a esta zona entre los últimos días del invierno y enero y febrero, ya que “después las lagunas se secan y vuelven a llenarse en el invierno”.
Agrega Carrizo que en este ecotono en el que se encuentra Esquel, hay registros recientes del paso de ostreros australes y playeritos, dos especies “netamente de mar”. El ostrero austral suele habitar en las costas de la Patagonia, tanto en Chile como en la Argentina: de este lado de la Cordillera, en la zona continental de Puerto Madryn y Rawson, y también en las Islas Malvinas; y del otro lado de los Andes, en Chiloé. Los playeritos, por su parte, son comunes en el verano de la Costa Atlántica de Río Negro, antes de emprender sus largas travesías rumbo del Mar Glaciar Ártico.
Carrizo indica que estas alteraciones en la biodiversidad son consecuencia de transformaciones generadas por el ser humano. Menciona las fumigaciones con pesticidas y el plomo en la caza, las emisiones contaminantes y el plástico de un solo uso como algunas de las acciones que, progresivamente, han modificado el hábitat de estas especies que deben migrar hacia zonas no recorridas previamente.
La advertencia de estas huellas ecológicas no deseadas, compromete a desarrollar experiencias turísticas donde los recursos materiales, humanos, y de todo lo que incluya el contenido temático de una visita, mantengan los mayores estándares ambientales, planificados, revisados y evaluados objetivamente para la preservación y conservación de las especies.