Un cúmulo de restauranter líderes en sus cocinas, convocados por el museo, para pintar en el plato las obras que los inspiran. Todo se reúne en un libro único.
El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza ha mostrado siempre interés por el mundo de la cocina. Por un lado, ofrece desde hace tiempo al visitante un recorrido gastronómico a través de algunas obras de la colección permanente; por otro, la Tienda del Museo ha desarrollado la línea Delicathyssen en la que se incluyen productos locales de excelente calidad (aceite, chocolate, vino, conservas…).
A partir de ahí, surge la idea de realizar una publicación de carácter culinario; un extraordinario recetario configurado por 25 platos ideados por otros tantos chefs españoles de renombre; un diálogo entre arte y gastronomía; un viaje a través del gusto, entendido como sentido y como estética. Los chefs seleccionados han recorrido las salas del Thyssen buscado inspiración en una pintura del museo. Cada uno de ellos ha elegido una obra y realizado una receta. No se ha buscado una traslación literal de la obra al plato, sino una inspiración que pudiera aparecer a través del tema de la obra elegida, la textura del material utilizado por el artista, los colores…
Diego Guerrero, por ejemplo, se inspiró en la obra de Mijail Larionov, El panadero, 1909; Sacha Hormaechea en el potente Jackson Pollock, Marrón y plata, hacia 1951; Ángel León optó por Paul Klee, Omega 5 (Objetos de imitación); a Carme Ruscalleda la conmovió László Moholy-Nagy, Segmentos de círculo, 1921 y Paco Torreblanca reservó para sí Wassily Kandinsky, Tensión suave n. 85, 1923.
Guillermo Solana, director artístico del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza explica que «entre las deliciosas sátiras de Borges y Bioy Casares en sus Crónicas de Bustos Domecq, hay una (“Un arte abstracto”) que pretende ser una historia de la cocina de vanguardia en el siglo XX. Una historia apócrifa e irónica, por supuesto. En busca de una cocina puramente culinaria, por fin emancipada del aspecto visual y de los “platos bien presentados”, el pionero Pierre Moulonguet reduce todos los alimentos a “una grisácea masa mucilaginosa”. Otro avanzado, un tal Darracq, dará un paso aún más radical: en su restaurante sirve platos con sus colores de siempre pero, en el momento decisivo, con un gesto duchampiano, apaga la luz. Los chefs que han participado en este libro no son de la escuela purista de Moulonguet y Darracq y nos ofrecen un fantástico despliegue de la cocina como arte visual, a través de una asombrosa variedad de maneras de servir el Thyssen en la mesa. Algunos de ellos crean réplicas muy literales del cuadro en el plato.