Del 18 de junio al 22 de septiembre el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta una exposición que vincula la creación de Cristóbal Balenciaga, el diseñador de moda español más admirado e influyente de todos los tiempos, con la tradición de la pintura española de los siglos XVI al XX.
Se trata de la primera gran retrospectiva del modista vasco que se presenta en Madrid en casi 50 años y la primera que incluye una selección de cuadros de grandes nombres de la historia del arte que fueran principales fuentes de inspiración. Comisariada por Eloy Martínez de la Pera, quien ha seleccionado para la ocasión piezas de indumentaria procedentes del Cristóbal Balenciaga Museo del Traje de Madrid y el Museu del Disseny de Barcelona, así como de colecciones particulares nacionales e internacionales. Muchas de las pinturas se han logrado reunir con un excepcional trabajo de museos de ámbito nacional como el Museo Nacional del Prado o el Lázaro Galdiano, por fundaciones como BBVA, Santander y Casa de Alba, y entre las que destacan obras de Carreño de Miranda, Zurbarán, Goya, Madrazo o de Herbert Smith Las referencias al arte y la cultura española estuvieron siempre presentes en el trabajo de Cristóbal Balenciaga. Las líneas simples y minimalistas de los hábitos religiosos o el volumen arquitectónico de estos tejidos son una constante en muchas de sus piezas. El aire de la bata de cola de una bailaora flamenca que se deja ver en los volantes de algunos vestidos, los brillos del traje de luces de un torero trasladados con maestría al paillette bordado de una chaqueta bolero, o la estética de la indumentaria en la corte de los Austrias reflejada en las negras telas aterciopeladas adornadas con azabache de sus creaciones, son solo algunos ejemplos.
Puntadas sobre el arte
Balenciaga revisaba continuamente la historia del arte y, con su fuerte personalidad y estilo, mantuvo esas influencias hasta en su período más vanguardista, recuperando hechuras históricas y reinterpretándolas de manera moderna. El recorrido por las salas sigue un itinerario cronológico a través de las pinturas, a las que acompañan los vestidos vinculados a cada estilo o a cada pintor. Conexiones basadas en elementos conceptuales, en formas y volúmenes, en complicidades cromáticas, que dan lugar a un fascinante diálogo entre moda y pintura, entre la creatividad del genial modista y sus fuentes de inspiración.
Esta presentación permite además revisar el arte desde una mirada diferente, poniendo la atención sobre los pintores como creadores y transmisores de moda, y como maestros en la representación de telas, texturas, pliegues y volúmenes. El espacio expositivo rinde homenaje al negro, uno de los colores fetiche del diseñador, y a su figura como “arquitecto de la alta costura”, denominación que se ha perpetuado hasta nuestros días por la importancia de la línea y de las formas puras en sus diseños, y por muchos de sus grandes hitos como la línea barril, el semientallado, las faldas balón, la túnica, el vestido saco o el baby doll, para concluir a finales de los 60 en la abstracción.
“Un buen modista debe ser arquitecto para los patrones, escultor para la forma, pintor para los dibujos, músico para la armonía y filósofo para la medida”, decía el modisto, quien nació en Getaria (Guipúzcoa) en 1895, hijo de José, pescador, y de Martina Eizaguirre, costurera. Siendo niño, se inició en el oficio de la mano de su madre, que cosía para destacadas familias de la zona, entre ellos, los marqueses de Casa Torres, que pasaban los veranos en el palacio Aldamar, en la localidad guipuzcoana, también conocido como Vista Ona.
Fue allí donde el joven Cristóbal entró en contacto con el gusto de la élite aristocrática y donde pudo admirar trajes y telas de las mejores sastrerías y tiendas de moda y tejidos de Londres y París. Fue ahí también donde tuvo ocasión de contemplar y disfrutar de la magnífica colección de arte que poseían los marqueses y de su extensa biblioteca. Esta excelente introducción al mundo de la moda y del arte, unida a su extraordinaria sensibilidad, fue lo que sin duda le llevó a dedicar su vida al diseño desde fecha muy temprana.
En Vista Ona había cuadros de Velázquez, El Greco, Pantoja de la Cruz o Goya, entre otros maestros de la pintura española, y de su admiración por estos pintores comenzó a forjarse su particular imaginario estético. Entre los siglos XVI y XVIII, muchas innovaciones técnicas y estilísticas en la indumentaria, como las medias de seda, la gola, el corsé o el jubón, surgieron en España. Los sastres españoles fueron famosos en aquella época por la precisión en el corte y la línea de sus trajes. En 1939, Balenciaga se inspiró directamente en Velázquez para el diseño de su vestido Infanta, una reinterpretación moderna de los trajes con los que el pintor retrató a la infanta Margarita de Austria y que el diseñador presentó ese mismo año en París.
En la ciudad luz
Tres años antes, en 1936 y como consecuencia del estallido de la guerra civil en España, Balenciaga se había trasladado a la capital francesa. Se encontraba ya en una etapa de plena madurez creativa, tras haber fundado en las décadas anteriores establecimientos de moda en San Sebastián, Madrid y Barcelona y contar entre su clientela con la alta sociedad y la Familia Real españolas. En agosto de 1937 abrió su taller en la avenida George V de París. Las creaciones de Balenciaga en estos años estaban impregnadas del contexto cultural de su país de origen, convirtiendo este periodo en todo un homenaje a la estética de ‘lo español’.
“Con los tejidos nosotros hacemos lo que podemos, Balenciaga hace lo que quiere», indicaría Christian Dior. Con su estilo innovador, total dominio de la costura y un alto nivel de exigencia, muy pronto se consagró como uno de los diseñadores más influyentes del panorama internacional. En París entró en contacto con una clientela cosmopolita y empezó a llamar también la atención de los medios de comunicación de todo el mundo que lo encumbraron como el “rey de la alta costura”.
Tenía predilección por los tejidos con peso, que enriquecía con bordados hechos a mano, pedrería o lentejuelas. Sin apenas cortes ni costuras, creaba vestidos de formas rectas o redondeadas, dando a sus prendas un acabado perfecto, casi escultórico. Su sentido de la proporción y la medida, el manejo de la técnica y búsqueda de la excelencia le reportaron la admiración de sus colegas contemporáneos -como Christian Dior, que lo consideró “el maestro de todos nosotros”, o Coco Chanel, que lo calificó como “el único auténtico couturier”-; y en su taller o con sus consejos se formaron algunos de los diseñadores más importantes del siglo XX como Hubert de Givenchy, Emanuel Ungaro, Óscar de la Renta o Paco Rabanne.
Basadas en la comodidad, la pureza de líneas, la reinterpretación de la tradición española y el desarrollo de volúmenes innovadores, sus creaciones marcaron la moda de las décadas centrales del siglo XX, hasta 1968, cuando la alta costura empieza a perder peso frente al prêt-à-porter, momento en el que decide retirarse. Balenciaga se instala de nuevo en España y, cuatro años más tarde, acepta un último encargo: el vestido de novia de Carmen Martínez-Bordiú, una de las creaciones incluidas en la exposición. Ese mismo año, en marzo de 1972, fallece en la localidad de Jávea a causa de un infarto.
La puesta en retrospectiva
La exposición empieza con un apartado dedicado a la pintura que Balenciaga pudo admirar en su juventud, en el palacete de los marqueses de Casa Torres, y que se convirtió en motor de inspiración desde sus inicios. Tres de los cuadros reunidos en la sala, procedentes del Museo Nacional del Prado, formaron parte de esa colección: una Cabeza de apóstol de Velázquez, un San Sebastián de El Greco y El cardenal Luis María de Borbón y Vallabriga de Goya, este último en diálogo con un magnífico conjunto de chaqueta y vestido en color rojo del Museo del Traje de Madrid.
Cabe destacar también el ‘duelo’ entre un espectacular traje de noche y capelina en gaza de seda azul, y el manto del mismo color de la Inmaculada Concepción de Murillo de la Colección Arango, o el famoso modelo Infanta, prestado por el Museo del Traje de Madrid.
La siguiente sala está dedicada a la influencia de El Greco y comienza con un abrigo de noche en terciopelo de seda negra, cuyo cuello fruncido nos remite a la forma de la gola, como la que luce a su lado el caballero retratado por el cretense hacia 1586. Le siguen varias obras de tema religioso a las que acompaña un conjunto de vestidos cuyo intenso colorido, en rosas, amarillos, verdes o azules, parece surgir de la misma paleta cromática, la luminosidad y los matices con los que El Greco pintó mantos y vestidos de Vírgenes, ángeles y santos, al tiempo que sus formas y volúmenes, llenos de movimiento, se repiten igualmente en algunas de las más bellas creaciones del diseñador.
La corte de Felipe II puso de moda en toda Europa el uso del negro para su indumentaria, manteniéndose a lo largo del tiempo como símbolo de poder y elegancia y convirtiéndose en uno de los arquetipos de la identidad española. El negro ha fascinado siempre en el mundo de la moda por su fuerte poder visual y simbólico, y Balenciaga supo reinterpretarlo de forma muy personal. Lo dotó de una luz especial, ampliando la línea abierta por Chanel en 1926 con su little black dress, e incorporándolo definitivamente en la modernidad del diseño internacional de la primera mitad del siglo XX. Así fue reconocido por la crítica especializada, como la revista Harper’s Bazaar que, en 1938, destacó: “… aquí el negro es tan negro que te golpea. Grueso negro español, casi aterciopelado, como una noche sin estrellas, que hace que el resto de los negros parezcan casi gris”.
El blanco y negro del Retrato de la VI condesa de Miranda encuentra su eco en un espectacular vestido de noche en satén combinando negro y marfil; lo mismo que el conjunto de vestidos de noche que acompañan en la sala a retratos de corte como el de La reina Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, de Juan Pantoja de la Cruz, o el de doña Juana de Austria, princesa de Portugal, de Sánchez Coello.
Las flores han sido uno de los temas más recurrentes de la historia de la pintura y fuente de inspiración para artistas de todas las épocas. Cuando llega a París, Balenciaga entra en contacto con los más destacados creadores de tejidos y artesanos de la estampación, así como de botones, flores o plumas que convirtió en remates de lujo para sus creaciones. Magníficos vestidos con diseños florales, como un abrigo de noche en organza de seda con aplicaciones de flores, o un vestido rosa con tul bordado con hilos de Argel, lucen en este apartado en todo su esplendor acompañados de una selección de bodegones de pintores españoles como Juan de Arellano, Gabriel de la Corte o Benito Espinós.
El bordado Balenciaga poseía una colección de indumentaria histórica que incluía numerosas piezas de origen español caracterizadas por su riqueza ornamental, confeccionadas en ricos encajes y guipures, profusamente bordadas y adornadas con abalorios. Inspirándose en estos y en otros referentes, el modista vasco incorporó el bordado en muchas de sus creaciones y contó para su elaboración con los mejores proveedores del momento. Piezas destacadas en este capítulo son el vestido de ceremonia de la colección de María de las Nieves Mora y Aragón, emparejado en la sala con un retrato de Ana de Austria, de Alonso Sánchez Coello, o el vestido de novia en chantung de color marfil con bordado de hilos de plata cuya línea se repite en el traje de Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, en el retrato pintado por Rodrigo de Villandrando.
Considerado por muchos como uno de los primeros diseñadores de moda, Zurbarán destaca por su maestría en la representación de los tejidos y el movimiento de las telas en sus pinturas. La inspiración de Balenciaga en los volúmenes, pliegues y texturas de los escultóricos vestidos creados por el pintor extremeño para sus santas mártires se hace evidente al contemplar juntas las creaciones de ambos artistas. Lo mismo ocurre con el conjunto de vestidos de novia reunidos en esta sala -entre ellos el de Fabiola de Mora y Aragón para su boda con el rey Balduino de Bélgica-, en un duelo de blancos, formas y texturas con los hábitos de los frailes inmortalizados por Zurbarán. Son piezas realizadas con tejidos rígidos con los que crea nuevas y favorecedoras siluetas de formas geométricas. Francisco de Goya Tules y encajes, línea imperio, aire ‘goyesco’…
Otro de los pintores clave en el imaginario del diseñador español fue sin duda Francisco de Goya, y no solo por la estética de los vestidos y complementos que lucen sus modelos, sino también por su manejo del color y su manera de transformar las formas en manchas tonales, que en las creaciones de Balenciaga se traduce en acertadas armonías cromáticas. El vestido de noche blanco con muselina, perlas y lentejuelas y el retrato de La marquesa de Lazán, de la Fundación Casa de Alba, o el vestido de noche en satén verde claro con perlas y abalorios y el cuadro La reina María Luisa con tontillo, son algunos de los emparejamientos destacados en esta sección.
La vida cotidiana de Getaria y del San Sebastián de su juventud y, en definitiva, de la estética regional y la indumentaria popular de la España de finales del siglo XIX y comienzos del XX, formaron parte del universo visual y conceptual que Balenciaga trasladaría más tarde a sus diseños. Una identidad de lo español que se encontraba en las pinturas de la escuela costumbrista del XIX, o en la obra de artistas contemporáneos como Ignacio Zuloaga, a quien frecuentó en sus años en San Sebastián. La tradicional capa castellana presente en muchos de los cuadros del artista vasco, así como la estética taurina, formaban parte de ese mundo que Balenciaga había vivido en primera persona.