En Diálogo con Longobardi, el premiado escritor español Arturo Pérez Reverte

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“El periodismo sigue siendo necesario, las redes sociales creen que no es necesario y ese es uno de los graves problemas que está teniendo en este momento la humanidad y tendrá consecuencias muy grandes de cara al futuro”.

En su visita a la Argentina, para participar de la Feria del Libro de Buenos Aires, Arturo Pérez Reverte, autor de exitosas novelas como “La Tabla de Flandes” y “El club Dumas”, estuvo En Diálogo con Longobardi. Periodista y corresponsal de guerra, hoy es uno de los más renombrados y multipremiados escritores de España. Sagas como la del capitán Alatriste y la de Falcó le valieron un gran reconocimiento.

Sobre cómo pasó de ser un corresponsal de guerra a un escritor:
“Yo he sido siempre lector, de niño. Una día, volviendo de una guerra −de las que volví como siempre un poco tocado−, me dijo el médico: . Y para matar el tiempo escribí una novela. Y para mi sorpresa me sentí bien. Luego escribí otra, viajé y durante un tiempo, entre guerra y guerra, en casa escribía. Y de pronto me encontré en el año 90 con La tabla de Flandes, que fue un éxito internacional y eso me cambió la vida: me enseñó que había una manera de dejar de ser periodista, lo cual era muy importante. Yo había visto a muchos periodistas, siempre recuerdo a uno de ellos en un burdel de Bangkok, que no sabían volver, que no tenían a nadie, y pensé: yo no quiero terminar como este, no quiero terminar mi vida contándole mi vida a un joven reportero en un burdel de Bangkok. Y la literatura, de pronto, me dio una manera de salir, me dio una forma de escapar ese destino triste del viejo reportero en un país exótico, qué es muy romántico, pero realmente no es nada práctico. Un día decidí dejar el periodismo y dedicarme a contar historias. Yo llevaba 20 años de reportero y lo que venía no me gustaba. Un reportero en mi época decidía sobre el terreno, ahora había una especie de esclavitud: hay que entrar en directo, la tecnología y dije: no me gusta esto, no me gusta esa sumisión del reportero a la tecnología, me fui. Y después se cumple lo que me temía, así que me alegro de haberme ido.”

Acerca del periodismo en la era de las redes sociales:
“Al periodismo lo están matando. Pero es triste porque el periodismo hace falta. La información en crudo no vale, cualquiera del oficio sabe que el hecho contado y transmitido por Twitter al receptor no vale: necesita un intermediario que lo filtre, lo explique, lo presente, lo diseccione, lo edite. Esa es la palabra. La gente cree que acceder al vídeo del iraquí degollando al rehén es suficiente y no es así, hace falta alguien que edite, no políticamente, profesionalmente, que jerarquice las cosas y que dé credibilidad: la fuente es fiable o esta fuente no es fiable. Esa aceptación por parte del receptor de todo lo original como bueno y ese alejamiento, esa marginación del periodista como intermediario calificado y honorable de ese proceso, es muy peligrosa, se está produciendo. El periodismo sigue siendo necesario, las redes sociales creen que no es necesario y ese es uno de los graves problemas que está teniendo en este momento la humanidad y tendrá consecuencias muy grandes de cara al futuro.”

Sobre lo que le dejó ser corresponsal de guerra y su vínculo con la lectura:
“Cubrí 20, como Angola o los Balcanes. De la guerra se puede aprender muchísimo. Yo tuve la suerte de que el había sido lector y había leído mucho antes de ir a la guerra, tanto los clásicos como muchas cosas. Pero la guerra, con una mirada educada por la lectura, por la cultura, es nutritiva porque observas cosas que en la vida real no verías. Un año de guerra, un día de guerra, te explican sobre un ser humano más que muchos libros y mucha vida. Un joven como yo, que iba con mi mochila llena de libros a la guerra y veía al ser humano en lo mejor y lo peor −porque la guerra es lo mejor y lo peor que tiene el ser humano−: para mí fueron lecciones muy interesantes, muy importantes. Comprendí el mundo, la vida, las relaciones, la gente, el mal, el bien, y aprendí también una cosa que para mí ha sido decisiva: que es que a veces del mal aprendes más que el bien, del aparente mal aprendes más que del aparente bien, y que los tontos son más peligrosos que los malos. Todas las cosas, todas esas cosas, lecciones, solo que para un hombre eran sorprendentes. Con los años las he ido digiriendo y las he ido instalando en su lugar. Y a la guerra le debo mucho de mi como nacimiento del ser humano y de mis novelas también. En la guerra ves al hombre como es, somos correctos aquí con los correctos, educados, llevamos chaqueta. La guerra salta el barniz: no hay comida, no hay agua, hay que sobrevivir, estar sometido a un montón de pasiones y del grado más oscuro del ser humano. Entonces en la guerra el hombre, cómo es el ser humano, es como es. Entonces cuando estás allí, mirando, y el reportero que era ayer un chico que miraba aprendes enormes lecciones. Una vez en Sarajevo le pagué a un francotirador serbio para que me dejara estar con él una hora mientras trabajaba: estuve con él tirado en la terraza y él me contaba por qué disparaba, cómo mataba a los niños, como una chica común era más difícil porque se movía mucho, como una chica a la que le iba a tirar no le disparó porque se acordó de su hija… Eso te da un conocimiento del ser humano, de los mecanismos del ser humano, que no lo tienes en ningún otro sitio. Le debo mucho, nunca reniego de ella, pasé muy malos ratos pero tuve conocimientos, experiencias, una mirada. Me educó la mirada y con eso escribo novelas”.

Acerca de cómo, sin saberlo, era amigo de un grupo de torturadores de la ESMA y el cómo diferenciar el bien del mal:
“Diferenciar el bien del mal incluso es imposible. Te voy a contar un ejemplo ya que estoy en la Argentina, interesante. Cuando era un joven reportero viajé a la Antártida Argentina y conocí unos jóvenes oficiales de Marina, chicos encantadores, guapísimos, todos simpáticos. Nos hicimos amigos en el año 77 o 76, gente encantadora, todos jóvenes de mi edad. Y después cuando mantuve el contacto, de vez en cuando iban allí, me llamaban, una copa en Madrid, salimos de noche. Después llegó la guerra de las Malvinas y vine yo a cubrirla, estuve aquí seis meses en Buenos Aires y los llamé, eran militares entonces me daban información. Tomábamos copas de noche, hablamos, me informaban, me daban información bastante buena, fueron mi contacto profesional de uno de los muchos contactos profesionales que tuve en Buenos Aires. Eran cuatro o cinco, todos encantadores. Al cabo de un tiempo, llego a Buenos Aires un día por el periódico y leo: Escuela Mecánica de la Armada. Eran ellos, las fotos de Ricardo Cavallo, Astiz: eran mis amigos de antes. Jamás hubo una sola mención en el tiempo, ninguna pista, y ellos no llevaban las de torturador puesta: aquí eran mis amigos, chicos jóvenes, simpáticos, encantadores, marinos, eran los de la ESMA. Y eso me dio una lección fascinante: el mal no está ni siquiera en los ojos y fue una lección tremenda. Y tengo buenos recuerdos todavía, lo pasé muy bien con ellos, me reía, contábamos chistes y después esa misma gente torturaba y mataba. Para mí fue una lección de humildad de vida espectacular. Esas cosas, cuando las acumulas en la vida, te das cuenta de que trazar líneas entre el bien y el mal, distinguir, es muy difícil receta. No se trata de defenderme de apoyar: me equivoqué, me engañaron, no me engañaron porque tampoco me mentían: no hablaban de eso y de hecho es una parte que socialmente era brillante, eran chicos guapos simpáticos educados. Soy marino, el mar me gustaba, pero nunca hablamos de esas cosas, hablamos de otras. Hice un artículo que se llamaba sobre Ricardo Cavallo qué fue el más cercano de todos. No volví a hablar con ellos. Sé que si hablo con ellos ahora todavía se justificarían: todo el mundo encuentra argumentos para justificar lo que ha hecho, es muy raro quién envejece con remordimiento. Si hasta el guardián de un campo de las SS de Auschwitz te diría que en realidad no sabía, mis jefes, si hubiera sabido… El ser humano es tan complejo, tan interesante. Y bueno, mis novelas hacen con eso con lo que toda esa vida, esa mirada, me ha ido dejando.”

Sobre la mirada rencorosa de los latinoamericanos hacia España:
“Tengo varias explicaciones pero no son correctas, incluso algunas son insultantes, pero podría decir una cosa: llevan 200 años los americanos gobernándose a sí mismos. España se fue de aquí hace dos siglos y te recuerdo también que aquí la revolución la hicieron los criollos en general en América Latina. España se fue, cometió muchos errores y muchos aciertos en el norte, hubo universidades, ha habido una mezcla cultural que ha creado un mundo nuevo que no existía que es para bien y para mal. Cuando un americano va no entiende lo que es América hasta que no está en España y un español no entiende lo que es América hasta que la visita. Pero llevan 200 años gobernando a sí mismos, ya está bien de que España tenga la culpa de todo. Alguna culpa tendrán los americanos de lo que está pasando, en la miseria y la pobreza de los indios que siguen estando como estaban o a veces incluso peor que en la conquista. Sobre los dichos de Andrés Manuel López Obrador exigiendo disculpas, yo contesté en Twitter y di mi opinión sobre eso, ya se habló en su momento. Yo soy un tipo que cuenta historias, escribe novelas, y estoy libre para opinar y para contar mis opiniones, no soy un sociólogo ni soy un político: soy un particular que por azares de la vida tengo una voz pública. No quiero cambiar el mundo, opino sobre lo que existe, cuento novelas. En esa libertad se enmarca cuanto digo, pero son opiniones mías personales que no entiendo que sean dogmas ni verdades políticas ni sociales económicas ni nada”



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